Roberto Ayala
La familia, como institución social, ha sido moldeada por las condiciones materiales y estructurales de cada época. En el contexto actual, caracterizado por la precarización del trabajo, la crisis económica y la sobrecarga emocional, las familias enfrentan nuevos desafíos que impactan su estabilidad y su función como núcleo de apoyo y desarrollo.
Las familias de sectores populares, en particular, sufren las consecuencias de un sistema económico que impone jornadas laborales extenuantes y salarios insuficientes, limitando el tiempo y los recursos para la crianza, el cuidado y la convivencia. A ello se suma la falta de acceso a servicios básicos como salud, educación y vivienda digna, lo que agrava aún más las tensiones internas y genera dinámicas de estrés, violencia y fragmentación.
Otro aspecto crucial es el papel de la mujer en la estructura familiar. Aunque se han logrado avances en la lucha por la igualdad de género, persisten desigualdades que colocan sobre las mujeres la mayor carga del trabajo doméstico y de cuidados, sin el reconocimiento social ni económico que ello merece. La doble jornada laboral es una realidad innegable: trabajar fuera del hogar para sostener la economía familiar y, al mismo tiempo, encargarse de las tareas del hogar y el cuidado de hijos o adultos mayores.
Además, la crisis de valores tradicionalmente asociados a la familia no es resultado de una supuesta decadencia moral, sino de las profundas transformaciones del sistema capitalista, que prioriza la productividad sobre la calidad de vida. La competencia, el individualismo y la precarización han debilitado los lazos de solidaridad y han generado nuevos modelos familiares que requieren ser comprendidos desde otra perspectiva.
Para fortalecer a las familias y permitirles desempeñar su papel fundamental en la sociedad, es urgente que se garantice la estabilidad económica y el acceso a servicios básicos son fundamentales para la cohesión y bienestar familiar, ademas, redistribuir las tareas de cuidado, pues es necesario visibilizar y revalorizar el trabajo doméstico, así como promover políticas de corresponsabilidad que permitan a hombres y mujeres compartir estasresponsabilidades, por ultimo, crear redes de apoyo comunitario, ya que la familia no debe ser vista como una unidad aislada, sino como parte de una red social más amplia que brinde soporte en momentos de crisis.
La familia sigue siendo un espacio fundamental de desarrollo humano, pero necesita adaptarse y fortalecerse en un mundo cada vez más desigual y hostil. Más que defender un modelo único de familia, es momento de repensarla desde una perspectiva crítica que la sitúe como un motor de transformación social y no como una víctima más de las estructuras de opresión vigentes.